domingo, 8 de julio de 2012

Escalera mecánica

Vivir en el redundante fracaso, a veces, sienta bien. Sabrás que me han dicho que es comodidad, que es más fácil fracasar que triunfar, dejarse estar a levantarse luego de cada visita al piso. No sé, no sé si es tan así. Pero, mejor, te cuento esa parte otro día. Lo que quería decir es que cuando todo te sale mal, te acostumbras, no te sorprende. Por ello, cada vez que despierto en Lacroze, en el tren, no me sorprendo al ver que, luego de descender, el subte se ha ido, tocó su ultima bocina avisando que cerrará sus puertas, que te quedaste a afuera. Y ya no me sorprende, ¿qué queres que te diga?.
Sin embargo, algo que me desacomoda, que me transmite cierta frialdad en la humanidad, algo así como despersonalización, es cuando sabes dónde para el subte. Bueno, sí, en la estación. Pero sabes donde las puertas abren como para formar ahí, donde abren, subirte primero. Y, como si fuera esto poco, sabes en qué puerta te tenes que subir de tal manera que, al bajar, seas depositado frente a una escalera mecánica, autopistas sin esfuerzos a la realidad. Esas pequeñas cosas, singularidades de la sociedad, me hace sentir que todos, absolutamente todos, fracasamos.
Y te iba a terminar de contar todo, hasta acá, me sabe a amargo esa imagen, no quería seguir. Pero te vengo diciendo cosas de amor, te hablo del fracaso, de la derrota, de la historia de los perdedores mientras juntan migajas de cariño. Entonces, sigo.
Sigo porque estaba ella, esperando, desorientada de las posiciones correspondientes para subir. Tenía rimbombantes rulos que jugueteaban en sus hombros cuando caminaba, cuando se movía. Leía un libro y se mordía los labios al cambiar de página. En ocasiones, jugaba con sus rulos, como cuando se juega con el cable del teléfono, ella jugaba y leía.
No podía quitarle la mirada de encima. Siento que fue como esas veces, esas oportunidades donde te enamoras, te enamoras a primera vista. Te enamoras y jurarías luchar por ella ante mil demonios, tal vez pasear en la balsa de Caronte sin monedas, con tal de saber su nombre, de saber el perfume que usa. La miraba y miraba mi vida, mi futuro, mi pasado estancado. Sentí un escalofrío que me sacó de mi estupor y me atrajo a la realidad, a esperar el subte.
Tal vez no me creas pero fue así, para mí sorpresa, ella también me miraba. Tal vez fue un truco de mi mente, alguna clase de ilusión, pero vi cómo me guiñaba un ojo, mientras leía, mientras jugaba con el pelo, mientras se mordía los labios y sonreía.
Llegó el subte y ella subió detrás mío, luego de ensayar un pequeño trotecito para dar con la puerta que me dió paso al vagón. Se sentó frente a mí, apoyo el libro cerrado en su regazo y me miraba. No sacaba su vista de mí. Dentro de la incomodidad del momento, intenté, en vano, de parecer natural, como si esto pasara todos los días. Cruzaba mis piernas, intentaba dormirme, mirar al techo del subte como los astrólogos bizantinos lo hacían con el uso del cielo para las predicciones.
Ella bajó en Carlos Gardel. Yo, por otro lado, ya me había enamorado sin importar en qué estación bajara o cuán cerca o lejos estuviera de la escalera mecánica.
Decidí que así, como pasó, como terminó, era lo mejor. Porque más allá de la mala prensa, del dolor por la perdida, de los desvelos de enamorado o la nostalgia por lo que fue, por lo que no será jamás, el sufrimiento por amor es un sentimiento más grande que el amor mismo.

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2 comentarios:

  1. El subte, y sus pasadizos tienen algo particular. Mil veces inventé historias en é, creyendo encontrar entre tanta gente esa mirada insólita que no te deje despegar los pies del piso, que te impida bajarte en 9 de Julio, en Carlos Pellegrini, en Avenida de Mayo entre tanta gente, y te deje paralizado, y las sirenas suenen y el subte siga su curso de ida y vuelta; de Alem a Los Incas, de Catedral a Congreso de Tucumán.. y así, produciendo ese sonido de subte tan frio y misterioso.
    Y de las escaleras mecánicas, mejor ni hablar.
    Una vez, se cumplió una de las tantas historias que me inventaba en las escaleras mecánicas. Corrian aquellos días.. de septiembre de 2010, (ponele.. pero era el 2010) yo bajaba en Carlos Pellegrini, y luego combinaba para 9 de Julio con destino a Scalabrini Ortiz, claro, iba para el IUNA. Salia de trabajar, y a veces esa era la rutina, otras veces era esperar en la casa de una amiga a qe se hicieran las 18 hs, para marchar a clases. Entonces pasó que siempre qe subia las escaleras mecánicas saliendo del B en dirección al D, miraba hacia abajo, buscando tus zapatillas, es mas, siempre que subia las escaleras, miraba las zapatillas de la persona que se paraba a mi lado para subir, me fijaba si eran las tuyas, esas Topper, medio negras desgastadas.. o quizas ya no recuerde el color... La cuestion era que nunca las encontraba, hasta que un día cualquiera, como si nada me paré en las escaleras mecanicas para esperar subir, y combinar y lo demas ya era rutina.. y si, miré para abajo buscando tus zapatillas, tambien ya era rutina buscarlas, y en ese momento sonreí y pensé: "Esto solo pasa en las peliculas", mire hacia arriba, y eran las tuyas, y eras vos quien las tenia puestas, y claramente tambien eras vos quien se habia parado a mi lado, a la espera de qe la escalera suba y nos conduzciera a la rutina de combinar estaciones.
    Te llamé por tu nombre, por dentro reía de la sorpresa de haber inventado esa historia de reconocerte por tus zapatillas, te dirigias tambien a la estacion 9 de Julio, hablabas poco, tambien hacia tiempo que... nada, la vida. Nos pusimos al tanto de nuestras vidas, en el corto tiempo que dura el traslado desde 9 de Julio a Scalabrini Ortiz, bastante para compararlo con el tiempo que llevabamos sin omitir palabras.
    Entonces llego Facultad de Medicina, creí que te bajarías ahi, pero ibas a Palermo. Luego llego Scalabrini Ortiz, te saludé y me fuí. Baje del subte, y calculo que cuando subi me prendi un cigarrillo, y sonreí otra vez, recordando las veces que mire los zapatos de la gente, buscandote.
    Seguramente, a las pocas cuadras, terminado mi cigarrillo, prendí otro. Yo era así, a los nervios los prendía en tabaco Lucky Strike preferentemente, sino Marlboro, y se hacían humo, y en la mochila junto a miles de ropajos, Rayuela de Cortázar.

    Nada... la vida.
    Me acordé de eso! Ja!
    Hasta la próxima.

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  2. Ante todo, agradezco su nueva visita.
    Por otro lado, creo que usted podría escribir cualquier cosa, tal vez un garabato, un ensayo de cursiva, y será mejor que todo lo que pueda yo hilar.
    Con respecto a lo que desarrolla en boga de ese encuentro, quiero decir con la más nefasta sinceridad, que no lo recuerdo. Tal vez, se confundió con otro. Soy demasiado común.
    Para redondear esto, me hago el permitido de citar a Cortázar, quien dijo la siguiente frase luego de hacer las compras en el Coto y olvidarse la baguette que le había pedido la señora. En fin, c'est la vie.

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