sábado, 7 de julio de 2012

Robo

Me están robando. Bueno, me estaban robando. Ya me robaron, quiero decir.
Soy consciente que el país no esta bien parado, que tiene rotura de ligamentos y que a situaciones extraordinarias, le siguen acciones extraordinarias. Cada quien la pelea como puede. Tampoco soy ningún bacan. No tengo mucho y, si lo tuviese, no me diferenciaría de toda esa masa que por más bienes materiales tenga, debe de levantarse tan temprano como aquel que llega lastimosamente a fin de mes.
Igual, siento que el robo, el acto delictivo, es una de las acciones menos discriminadoras y desinteresadas del mundo. Poniéndome, como la situación lo demanda, en el lado de la víctima, puedo afirmar que el robo empareja, nos hace iguales. Es decir, no importa raza, credo, estado civil y, a veces, clase social para ser robado. Ante el robo, como ante la muerte, somos iguales, una de las pocas mismas varas que la humanidad puede hacer uso para compararse, para sentirse igual.
Entonces, me roban. Venía caminando, subido del subte, de la estación Pasteur. Ya era de noche, siempre es de noche en invierno, cuando hace frío. Seguí unas cuadras por Corrientes, hacía el bajo. Doblé en Ayacucho, con la rara sensación de que ya había paseado por ahí, en tiempos más simples, felices. Pero, como te decía, era de noche, hacía frío, era diferente. En la intersección con la calle Sarmiento, dos encapuchados, que animados por mi presencia dejaron las tareas de los cartones, se acercaron. Uno preguntó la hora, otro me dijo que me quedara tranquilo. Pensé que el segundo era bastante amable, que se preocupaba por mi tensión, estaba tenso.
El primero sacó un chuchillo pequeño, justo para cortar una manteca. El segundo, el amable, fue más simple; me dio una trompada en el medio de la nariz. Ya sabía el destino, el mío, lo que iba a pasar. Me arrinconaron contra una cortina metálica de un negocio que hizo varios ruidos y preguntaban por mis pertenencias.
Les dí la billetera, el celular, el tramite usual, todo a cambio de mi bienestar. Me soltaron y me dejaron caer sentado sobre la vereda, mientras ellos revisaban lo que tenían, auditaban si era suficiente empero, nunca es suficiente. Siguieron reclamando por algún reloj que no usaba, que no tenía; quisieron las zapatillas, la campera también. Se las dí, sin escatimar.
Más allá de todo, alcancé a recordar, a pelear, a negociar, por así decirlo, por algunas pertenencias. Pedí por los documentos, imaginé el suplicio de la filas necesarias para renovarlo. Solicité, también, tarjetas de crédito, anotaciones que tenía para futuros cuentos. Se negaron. Creo saber que a la hora de obtener un botín, no importa el valor real que tiene, que el mejor precio es aquel que le otorgar el antiguo propietario a los valores que acaba de perder.
Fue, luego de pensar lo anterior, que recordé el mejor de mis tesoros, la mayor de mis pertenencias. Habían comenzado a caminar, a irse, mientras yacía en el piso, todavía en mis pensamientos. Los corrí, ellos se atajaron en el medio de la calle, me gritaron que estaba loco, que me vaya, que las cosas no iban a volver, que ya nada sería como antes.
Me negué y enfurecidamente le atiné una piña en el estomago al primer encapuchado quien portaba mi billetera. El otro salió corriendo con mis otros bienes. Aquel que había recibido el golpe, estaba en el pavimento, arrastrándose e intentando recuperar el aire. Agarré la billetera que dejó caer en su precipitada ida al piso, y tomé lo que buscaba.
Tal vez, no signifique nada para nadie, quizás su valor sea tal que ni el más vil capitalista encuentre plusvalor en la producción del mismo. Tuve el primero encuentro con lo que era mío, lo que reclamé, lo que me animo a tamaña acción, un día, una mañana, junto a un yoghurt con cereales, en mi mesa de luz. Es una de esas tarjetas que dan los nenes pobres, las mujeres con hijos que son pobres, con la simple intención de recibir a cambio un donativo, alguna caricia. Es una más, para cualquier otro, es una más de esas tarjetas con frases típicas, dibujos que buscan generar ternura. Es así que parado, en patas, bajo la tibia luz de un postedeluz de la calle Sarmiento, releí la tarjeta y sonreía para mis adentros.
'No hay persona en este mundo que te quiera como yo'. En el dorso, mamá plasmó su firma.

5 comentarios:

  1. te hace pensar no? en lo vulnerable q somos todos, ninguno tiene la vaca atado como quien dice, y ninguno sabe como va a reaccionar en ESE momento aunque puede boquear alguna q otro vez SI YO LOS CAGO A TROMPADAS, es ahi en el momento de la verdad donde te quedas frizado y das todo sin chistar.

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    1. Estimado cosme.
      Ante todo, le agradezco su tiempo, su dedicación, su reacción ante lo que propongo.
      Sin discrepar con usted, es claro que lo que describió es una realidad, es un supuesto, un modus operandi que establecemos ante la situación que apremia. Sin embargo, no sucede tal lo planeado, como la vida misma me animaría a decir.
      Pero, por otro lado, no era lo principal, lo que me remontó a escribir, a desarrollar mi idea de esa manera, lo que usted refiere en su comentario.
      En realidad, es otra cosa. Seguramente, no me expresé bien, lo conté mal.
      Éxitos.

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  2. Estas son de las que quiero leer!! Me hiciste caso y volviste a hablar de tu mamá! ajajaja
    Igual todavía sigo esperando que hables de nosotras o de mi, que soy más importante! jajaja
    Saludos cordiales

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    1. Estimada Beso.
      Claro está que hable de mamá haciendo oído a su referencia. Venía con la idea diseñada desde hace rato pero no podía escribirla, no me acordaba de nada. Entonces, agradezco su motivación para conmigo a fin de poder concretar este relato.
      Por otro lado, sí, tiene usted razón. Debería de escribir sobre ustedes, hacer foco en las relaciones, en la fugacidad de los años o en las fugazzetas rellenas que prepara su madre.
      Sin más, buen finde. Gracias por pasar, por estar.
      Saludos a uste'.

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    2. Jajajajajaj por eso te quiero tantooooooo!!!

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