viernes, 6 de julio de 2012

Se deshace

Voy caminando. Camino despacio, de a ratos más rápido. En las esquinas casi corro, simulo un trote para luego seguir caminando sin más. Cruzo avenidas, calles con semáforos, otras donde doblan los colectivos subiéndose al cordón de las veredas.  En los momentos donde se atora el transito, zigzagueo entre taxis que bloquean las entre calles, autos particulares que lamentan con luces de balizas haber nacido para una jungla de cemento. Y camino.
Tengo que llegar a tiempo, te prometí llegar a tiempo. Empero, de repente, siento que la ropa, mi ropa, comienza a desprenderse. No, ese no es el termino, te lo estoy diciendo mal. La ropa comienza a deshacerse. Se esfuma, de apoco, de a partes. Como si las moléculas que la compusieran se cansaran de estar juntas y cada una dobla para donde se la antoja, tal vez se suben a un ciento treinta y dos y otras piden un taxi hasta Artigas y Aranguren. Se van.
Es primero mi campera. Empieza la manga derecha, luego la izquierda, a desaparecer, esfumarse. Empiezo a sentir frío pero sigo caminando, también corro, vos me estas esperando en el café. Algunas viejas que simulan baldear la vereda, miran consternadas la extinción de mi indumentaria. Luego, sin más, reparo que ya no tengo remera, que voy en cueros y que me estoy cagando de frío. Pero sigo caminando ligero, estoy a pocas cuadras.
Al cruzar una esquina en rojo, esquivando un cincuenta y nueve fuera de servicio, noto que se desprendieron mis zapatillas. Pero no, no se desprendieron, se esfumaron como las otras partes. Sentí, al principio, que se aflojaban, como si los cordones se desataran, como si los desatara un ángel, con sutileza, con una risita fina. Y, al terminar de cruzar la cuadra, quedé en patas.
Llegó el turno del cinto. No fue sorpresivo, solamente percibí que el pantalón se caía, que no tenía sustento, dónde apoyarse. Mientras, curiosos vecinos miraban, comentaban lo que veían. Una señora se ánimo a preguntarme qué estaba haciendo, si me sentía bien. 'Estoy apurado, no puedo llegar tarde', le contesté al pasar. Curiosas jóvenes miraban y reían, un viejo se pilló de la risa además.
Claro está que también desapareció el pantalón, que iba corriendo en calzones, estaba cerca del café. La gente que tenía la oportunidad de verme en tan bochornoso e improvisado espectáculo, empezó a preocuparse. Una mujer que trabajaba de despachante en una verdulería insistió en que llamaran a la policía. Un viejo en un kiosco de diarios pregunto si estaba loco. Yo seguía cruzando calles. Una amable señorita me refirió que andar con esa indumentaria, es decir, sin indumentaria, iba a ocasionar que le sea infiel a su pareja. Agradecí su atención con una sonrisa. Estaba a dos cuadras del café. Crucé una esquina y una pareja de ancianas amigas me indicaron que les había devuelto, al verme así, una sonrisa, que querían darme las gracias, que hace mucho no sonreían. Luego, a media cuadra del café, unos muchachos rieron y me aplaudieron por la osadía, por ir en contra de todo. Les proferí que lo hacía por amor, que es la mejor de las razones para la realización de sin razones. Uno de los pibes se puso a lagrimear, gritó que le devolví la fe en la búsqueda del ser querido, que gracias, que siga así.
Finalmente llegué y empujé la puerta del café. Me viste entrar y te acercaste, había llegado a tiempo. Quise abrazarte y darte un sentido beso, abrazarte con un solo brazo, rozarte el rostro con la mano libre. Antepusiste tu antebrazo a la altura de mi pecho, alejándome, impidiendo todo acercamiento. Te dije, como en un susurro, que llegaría a tiempo hasta al último café del mundo por vos, que si pudiera demostrar lo que sign...
Me interrumpiste apoyando tu dedo índice derecho sobre mis labios, mirándome rectamente a los ojos, como mira el diablo cuando tocan las puertas del infierno, y proferiste: -¿Qué haces así, imbécil? Te vas a resfriar en bolas como estas. No servís para nada, Diego. - suspiraste ofuscadamente. 

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