domingo, 17 de junio de 2012

Autos

Mamá se pone mal, llora en silencio, oculta las lágrimas.
Lo sé porque al estar desayunando juntos, vi como le temblaba la pera, se le arrugaban los labios al tomar el primer mate, mientras yo disimulaba prestarle atención a la televisión. Siempre pasa más o menos igual, de todas formas, no deja de doler, de molestar el acomodar la imposibilidad de hacer algo, de decir una palabra para poder sobrellevar lo que le pasa. Es como todo, ¿viste? Crees saber lo que pasa pero nadie dice nada, el silencio es entrecortado por una publicidad de un perfume horrible y caro.
Me unto una tostada con manteca y mermelada de frutilla. Para ser sincero, mamá lo hace por mí. Todavía no me deja, tiene miedo que me manche, que ensucie la ropa nueva. No debo de estropear el atuendo, la elegancia; todos me tienen que ver bien, todos la tienen que ver bien a ella también. Sí el hijo esta bien cuidado, es buena madre, así dicen.
Mi leche se enfrió, mamá me reta, me pide que tome la leche y que hoy haga caso, que no vuelva por lo mismo. Le digo que si, asentando la cabeza, mirando la taza, el adentro de la taza. No sé qué le pasa a mamá, ¿por qué es así conmigo en estos días? Igual, mañana se le va a pasar, mañana es lunes y hay que trabajar, estudiar, la rutina, la vida. Le pregunto a mamá si puedo salir, a jugar, a buscar a mis amigos. Me dice que no, que nos tenemos que ir en cualquier momento, que vaya a lavar la taza, que termine mi tostada y me cepille los dientes. Salí corriendo como pude, tropezando con los mandatos de mamá y busqué la pelota, salí a la calle. La cuadra, habitual silenciosa y estática, era resquebrajada, al punto de no tener que envidiarle nada a cualquier calle del centro porteño, por autos. Autos nuevos, viejos, conocidos, de otra gente. Las casa de los vecinos estaban atiborradas de autos, en las veredas, en la entrada de los garages, por doquier. Era imposible patear la pelota y no pegarle a un auto. Escuché los gritos de mamá, me pidió que volviera a adentro, que no la haga renegar. Agache mi cabeza, como con la taza, y entré. Pensé que mamá venía detrás mío. Tuve la oportunidad de verla, apoyada contra el marco del portón de la calle, mientras miraba, ella, a los autos, a los vecinos que recibían a los familiares, como se saludaban, como se expresaban cariño. Nuevamente le tembló la pera, arrugó los labios.
No aguanté, salí de mis estructuras por primera vez. Abracé a mamá y le dije que la amaba, que me perdonara por no ser un buen hijo, por no hacer caso, que ya mismo iba a lavar la taza. Me sonrió y me abrazó, soltó una lágrima que luego me transfirió a mí, convirtiendo en una vertiente a su pómulo izquierdo.
Mamá lloraba porque papá no volvió a casa, y lo extrañaba. Desde el diecisiete de abril de mil novecientos setenta y ocho, papá no vuelve a casa. Mientras todos respiraban fútbol, papá no volvía a casa y mamá llora. Papá fue absorbido por una impiadosa maquinaria verde que todavía no puede decirme dónde dejó sus restos. Hoy estoy promediando los treinta y cinco años, sigo esperando que papá me enseñe a patear una pelota, a que me explique cómo me tengo que afeitar.

Feliz día a todos los padres, especialmente al mío.


Imagen de acá

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