jueves, 14 de junio de 2012

Pies

Me dolían los pies. Comenzó todo cuando sentí un pinchazo, un dolor efímero pero certero en el talón del pie derecho. No le dí importancia, se me paso al momento. A los días, nuevamente sentí la misma sensación, un tanto más prolongada cerca del dedo gordo del mismo pie. Estaba en el trabajo, me saqué el calzado, la media y me observé el pie. Tenía un especie de lunar rojo, como un pinchazo, algo por debajo de la piel, casi imperceptible. No le dí mayor importancia.
A la semana siguiente, el dolor comenzó en el pie izquierdo. Justo en el medio del dedo chiquito. Impunemente, el dolor atentó contra el menor de mis dedos. Pasaron los días y la molestia comenzó a explayarse en las plantas de ambos pies. Lo curioso es que solo afectaba a esa parte, los dolores, las puntadas, con sus puntos rojos profundos, por debajo de la epidermis, no más.
Fui al médico, a la guardia de traumatología. Esperé una, dos, tres horas. Me atendió un doctor que no superaba los treinta y cinco años, de buen porte, me pidió que me saque las zapatillas, las medias y que me siente en la camilla. Miró las plantas de mis pies, primero a simple vista, luego ayudado con algo que parecía ser una especie de lupa y una pequeña linterna. Dijo que aguarde, que ya volvía. Y salió por una puerta, una puerta de un costado. Cuando reapareció, lo acompañaba otro médico, venían hablando. El otro, el nuevo médico, era un poco más viejo, de pequeña estatura, cabello semicanoso. Los dos miraron, primero el pie izquierdo, luego hicieron foco en el pie derecho. Hablaron entre ellos nuevamente en términos que no conozco. El segundo médico me saludó, con una sonrisa, arqueando las cejas, como con lástima, con lástima hacia a mí; luego se retiró. Al quedarme con el primer médico, este me dijo que estaba bien, que no me preocupara. Me recetó una crema y me vendó los pies. - Por precaución, quiero que saques turno con un especialista en pies, acá contamos con una eminencia en esa disciplina. Tomá, en recepción sacas turno urgente para esta semana. Pedí por el Dr. Otero - me dijo.
- ¿Con urgencia? Usted me dijo que no tenía nada grave, que nada pasaba. - entré en pánico. No cabía en la misma oración que estaba bien y que con urgencia necesitaba un turno con un especialista. - Hágame caso, es simplemente para control, para ser más certero con su tema -. Cuando fui a sacar el turno, la recepcionista miró la orden, me miró a los ojos, miró la orden nuevamente y me dio turno para el siguiente día; se despidió de mí con una sonrisa, arqueando las cejas, como con lástima, con lástima hacía a mí.
El Dr. Otero parecía una persona directa, sin filtro. Decía lo que tenía que decir, sin más. Me dí cuenta en el momento que me pidió que le mostrara las patas en vez de los pies, nada de terminología. Luego de dar un vistazo fugas, me mandó a hacer análisis. Me pidió que cuando los tenga, vuelva, sin turno, me dio sus horarios, que pase directamente. Se despidió de mí deseándome suerte, desde la puerta de su consultorio, aferrado al marco, saludandome con una sonrisa, arqueando las cejas, como con lástima, lástima hacia a mí.
Hice los análisis. Fueron de sangre, orina, de mercado. Estuve en ayunas casi toda una semana. Volví con los resultados, pasé al consultorio. El Dr. Otero ojeo los niveles de azúcar, la presión me había dado mal, no seguía a las tendencias o patrones. Me miró por arriba del marco de sus anteojos. Me dijo que no era necesario que me saque el calzado, estaba bien. -¿Qué tengo, doctor? - le pregunté. Suspiró, desparramo las hojas en el escritorio al lanzarlas desinteresadamente y se sentó. - No tenes nada, pibe. - y se prendió un pucho, ahí, en el consultorio, y dejó los anteojos en el escritorio. - ¿Cómo que nada, doctor? No puedo estar así por nada, ¿qué pasa? - estaba perdiendo el control, no tenía respuestas, solo dolor y puntos rojos en la planta del pie.
- No tenes nada, pibe. Sólo tene cuidado por dónde pisas, te estas clavando los pedazos de tus sueños rotos en los pies. Fijate. - fumó un poco más.


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