viernes, 29 de junio de 2012

Recolección

Vuelvo a casa. Perdido, aturdido. Con un ondulante ruido en mi oído izquierdo, un tic, sin tac, en el ojo izquierdo, también. - Ya es viernes, siquiera - digo para consolarme, para darme una palmada en el omoplato, para poder seguir.
Todo me salió mal. Me pidieron los informes sobre aquel proyecto que tenía que monitorear, entendí algo sobre uniformes, corrí a la ventana que da a la calle para saber si pasaba alguna colegiala, añorando los tiempos de compañeras con polleras a cuadrillé, corbatas mal hechas. Fui al correo, llevé unos sobres, algo con pronto despacho, me dijeron, lo más pronto a La Plata tenían que llegar. Si mis cálculos no son inciertos, entre el miércoles o el jueves próximo estarían arribando a Chad.
Tuve ganas de tomar café, santo remedio a buscadores de misterios. Tuve, también, la nefasta idea de tomarlo sobre los oficios recién preparados, a punto de ser conducidos al juzgado. No será preciso aclarar que el liquid paper no hace al café más que darle un parentesco al caféconleche.
Me dijeron que estaba haciendo todo mal, que hasta la tapa del baño había sufrido consecuencias de mi ineficiencia. Es curioso como, en cualquier lugar de trabajo, para cagarte a pedos no se respeta jerarquía, canales de comunicación, organigrama, gusto de helado, etc. Entonces, hasta el que cuida los coches, me escupió que todo lo hacía mal, que hasta estacioné de trompa, cuando el me pidió de culata.
Entonces, vuelvo a casa, repito por dentro que es viernes, aprieto el puño, me doy ánimos. En las cercanías a mi domicilio, escucho un ruido particular, como si el dodge 1500 que esta tirado en una vereda de la cuadra estuviera a punto de convertirse en una licuadora, al mejor estilo transformer. El ruido provenía de un camión de basura, un recolector, con dos personas atrás, arrojando lo que alguien más arrojó, hacia dentro de las fauces del camión que, curiosamente, tiene estampado un paisaje paradisíaco, una isla de arena blanca, en un atardecer que no puede ser más naranja por más que quisiera.
Me quedé parado, sobre la vereda, cerca de casa, observando como el camión se acercaba. La imagen, la serenidad de esa playa que tal vez no exista, que fue la creación, quizás el juego de un diseñador, me atrapó. Quedé perplejo. Era mi agonía que encontraba solución, ya no estaba tan aturdido, no como antes. El camión, con los dos muchachos atrás, se acercó hasta donde estaba. Detuvo su marcha, sin apagar el motor, enfrente mío. Las luces de la cuadra se apagaron por ese instante, por ese momento.
Los dos trabajadores de la recolección, uno con las mangas del pantalón arremangadas hasta casi llegar a las rodillas, se acercaron. El arremangado me tomó de los brazos, el otro de las piernas. Me arrojaron dentro del camión. Ante la impresión del momento, no supe qué hacer, quedé recostado mientras debatían, dandome la espalda. Luego de unos minutos así, se acercó el otro, el que no estaba arremangado, parecía mayor, grande, algo gordo, la remera un poco rota, y dijo:
- Salí, pibe. Esta todo mal, lo sé, se te nota. No te hagas drama, todo va a estar bien. Sos reciclable.


Imagen de acá

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