sábado, 2 de junio de 2012

Plastilina

Escribo, intento escribir, historias que no pasaron, crear algo, ser dueño de esto o aquello. Las ideas, dentro de este motor que es la mente, esta pieza de ingeniería de avanzada, conjuga los diversos pensamientos, estructura, combina, juega como un niño con una plastilina para crear ideas, proyectos, para crear, crear como un niño que crea con una plastilina.
A veces intento escapar, para eso escribo. No sé bien de qué escapo pero corro, por las dudas. Creo mundo, contextos, lugares que son, que existen y los traigo para acá, hacia a mí y los mezclo con otros lugares, otros contextos, otros mundos, como un niño con dos o más plastilinas.
Me gusta reír. Me gusta lo trágico, reírme de lo trágico. De lo inusual, de lo ridículo, lo rídiculamente absurdo. Por eso mis escritos tienen lugares comunes, calles conocidas, nombres propios y personas que todavía no conozco, platos de comida que no probé o cafés que todavía no visité. Pero los tengo en mi mente, y me río. Me lo imagino, puedo sentir el aroma al café antes de ser servido, el burbujear de la soda que lo acompaña, veo la silla luego de la mesa, veo la silla vacía, ella esta en el baño, dejó su cartera marrón suela apoyada en la silla y su abrigo sobre ella. La moza es rubia, pelo recogido, amable, lindos dientes. El dueño del bar observa por detrás de la barra, limpia una copa, prepara una bandeja, mira la hora y cambia el canal. El sol entra por el ventanal, despacio, como pidiendo permiso. Los autos, asombrosamente, dejaron de ser tantos, son menos, la gente se esconde, el frío los atemoriza. Me gustaría conocer éste bar, éste café, algún día iré, falta saber dónde queda, dónde esta ella, no volvió del baño. Igual me río. Es trágico, me río. Como un niño que con muchas plastilinas mezlcadas, amasadas, sin distinción de colores, imposibles de volver al statu quo, se ríe, se ríe porque es el todo, es la nada.
Escribo y, a veces, confundo. No a mí, al otro. A veces me hago de otro y me confundo a mi también. En ocasiones, quiero decir algo, para eso escribo, quiero transmitir un pensamiento, dejar plasmado alguna clase de sentimiento, quiero que te rías conmigo. Otras veces, escribo. Nada más. Porque tengo un espacio, un tiempo y una idea. Y escribo. Como un niño que tiene una plastilina, la mira e imagina; siente, antes de quitarle el envoltorio, su textura, la estruja, con furia, con rabia, la estruja; tiene una idea, se ríe, no entiende.
Sigo escribiendo. Es lindo. Escuchar y escribir. Tal vez no te diste cuenta pero distrae, transporta. Escribir y leer es viajar gratis, a otro lado, donde vos quieras, como vos quieras. Si no te diste cuenta, perdón, no soy  bueno escribiendo. No tengo destreza, la destreza que puede tener un niño que juega con una plastilina, que juega y crea.
No sé, escribo. Escribo porque no te tengo. Si no te hubieses ido, estaría con vos y no escribiría. No estaría en condiciones de escribir. Uno escribe mejor cuando esta triste, es más fácil. Como cuando un niño que pierde la plastilina llora, no la tiene, crea en plastilina sin ella y llora. Escribo.



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