domingo, 3 de junio de 2012

El libro

Lo vi, lo viste vos también. Lo viviste, a diario, te pasa, nos pasa.
Nos supera, sin quererlo, sin saberlo. La vida no te prepara, para todo, te prepara para cosas que tal vez no usas, o usas mal, pero no para todo. Como cuando supiste cómo y cuándo desabrochar ese corpiño pero no supiste qué hacer con el contenido, tierna adolescencia, hermosas primeras veces. Pero, contrariamente a ser algo privado, esto se vuelve público, con ganas de hacerse masivo, como una epidemia con pretensiones a pandemia.
Como todo, no sabes, no sé cuándo surgió. Es un movimiento, sabes que anda, no sabes cómo se propaga, cómo empezó, cómo termina. Se expande, muta, no se controla. De a ratos, parece desaparecer, que se calma, que todo fue un mal sueño, un presentimiento angustiante. Pero no. Surge, resurge, asoma el hocico cuando menos lo esperas, cuando menos lo espero. Como todo lo bueno, como todo lo malo. Acude cuando menos lo esperamos. Así me encontraba, leyendo, intentado recuperar la pasión por la literatura, dejando un poco de lado a los apuntes, basta de facultad. Hacia adentros del conurbano, no se acostumbra leer, por lo menos, en público, en los transportes públicos. Es como demostrar algún signo de debilidad, al parecer, creo yo. Me han mirado raro, queriendo leer el título de lo que leía, mientras ellos jugueteaban leyendo algún panfleto, alguna revista con promociones de perfumería, de una casa de electrodomésticos, tal vez.
Me las iba arreglando para leer con poca luz, la del colectivo, con mucho movimiento, como si el chofer entendiera que agarrar pozos, lomas y badenes a fondo, le conseguiría un aumento o los quince días de vacaciones en enero, para poder ir con los chicos a la costa, a Mardel posiblemente, habría que ajustarse pensaba, pero se lo había prometido a los nenes. Y yo leía. Con mochila a cuestas, con luz casi de vela, con el pliegue que se brinda entre el brazo y el torso de un individuo que, al parecer salía de un sauna sin bañarse, en la cara. Me gustaba lo que iba leyendo, había logrado el punto de atraparme, la novela, de hacerme perder del contexto para pensar en cómo seguía, en prestarle atención a cada coma, a cada punto y aparte.
Fue cuando viré una hoja, empezaba un capítulo nuevo. En ese momento lo percibí. Curiosamente, lo esperaba. Será una de esas cosas de los sentidos, del cuerpo, como una telepatía del cuerpo que sabe, conoce lo que vendrá, se prepara sin decírtelo. Jocosa e impunemente, se reían. Sentados la ultima fila de asientos del colectivo, esa donde entran cinco personas, en una fila. Eran tres, creo. A vos también te pasó, tal vez con uno, como mínimo, seguramente con dos o más. Posiblemente, en un tren, en otro colectivo, por el subte, por la calle. Te decía. Eran tres, yo leía, algo iba a pasar. El del medio apretó algún botón que significaba play en el sistema operativo del teléfono. Ellos rieron, inundaron al pasaje con su música. Parecía que la canción no tenía fin, tal vez cambiaron de tema, de artista y hasta de 'genero', pero parecía el mismo tema, eterno. El destino de cada quien no parecía llegar. Ellos seguían riéndose, aplaudían, alentaban a todos a compartir sus sonrisas, a hacerlos participes. Faltaban dos cuadras antes que bajara, me hice espacio hasta la puerta de salida, hasta el timbre, cerca de ellos. Cerré el libro que llevaba todavía abierto con el dedo pulgar izquierdo, sosteniéndolo desde abajo; agarrándome del pasamanos con la mano derecha, la mochila colgando, la música, ah, la música. No terminé el libro, lo cerré y no lo señalicé. Pulsé el timbre, el chofer me miró por esos extraños espejos y redujo la velocidad, como jugando con mi suerte. Aproveché ese momento para mirar al del medio de los tres, al que llevaba el celular con altavoz, con música. Me observó y le dije - Te dejo el libro, espero que le des buen uso. Esta bueno, no lo terminé. Quedatelo. Espero que lo leas en voz alta, como con el teléfono - y le apoyé el libro en el regazo del muslo derecho. Tomó el ejemplar, puso pausa y dejaron de reírse. Todos miraron, algunos murmuraron.
Llegó el colectivo a la esquina, a la parada. Me bajé. Vi el colectivo alejarse, escuché como se reían nuevamente, cambiaron la canción, a mi me pareció que sonaba la misma.


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