miércoles, 27 de junio de 2012

Bien

Caminando, siempre camino un poco. A esperar el colectivo, desde la parada al trabajo, dentro de la oficina.  Siempre se camina, aunque sea un poco.
Entonces, como te decía, caminaba. Pase por la plaza del centro, del centro de un pueblo con ansías de ser ciudad, de querer ser más pero que no le da. Es un pueblo, más ciudad que antes pero pueblo al fin. Conserva su plaza, por eso camino por ella, frente a la iglesia, al colegio público. Atravesaba la plaza y pude apreciar como jovencitas, colegialas con uniforme de colegio privado, de escasas polleras, me observaban. Eran tres o quizás cuatro, y miraban con entusiasmo cada movimiento que realizaba, cada paso, cada respiración. Me sonrieron, me regalaron el brillo de sus ojos al contemplarme, amor adolescente. Pude ver como una se desmayaba, se desvanecía y caía al suelo, luego de que giré mi cabeza hacia donde estaban.
Continué con mi camino. Intenté cruzar la avenida, todavía sorprendido por ser reconocido de tal manera. Encuentro que los semáforos no funcionaban. Me percaté de que autos y colectivos detuvieron su marcha, de pronto, para darme paso. Hacían señas de luces, sonreían desde sus asientos. No podía creer cuando mujeres bajaban con sus esposos de los autos y aplaudían, de forma espontanea, con la boca abierta y los ojos a punto de soltar lágrimas, llanto de alegría.
Llegué al trabajo a tiempo, subiendo escaleras, aburridos escalones gastados por rutinarias pisadas, por lánguidos sueños rotos que caen sobre ellos, sueños de aquellos que nunca se imaginaron en una oficina. Mi jefe me esperaba en la entrada, me abrió la puerta y me dio un abrazo fuerte, como esos que se dan los inmediatos segundos de un primero de enero. Me comunicó que quería ser el quien me felicitara por un merecido ascenso, por un avance profesional. Quería contarme que iba a recibir, yo, una mejor remuneración, además de un espacio propio en el estacionamiento, para poder dejar estacionado el auto que la empresa me iba a dar. También obtuve una nueva oficina, espaciosa, con persiana americana, ante último piso, vista panorámica. Ah, iba a tener una asistente, además. Me encontraba acomodando mi nueva oficina, acostumbrándome al espacio, cuando llegó una compañera de ojos color café, rubia hasta donde se la podía ver. Susurró a mi oído que la dejara, que se moría de ganas, suplicó, que le permitiera darme placer oral, que sea egoísta, que pida, ella daba, disponía.
Al subirme los pantalones, le dije que se vaya, que yolallamabacualquiercosa. Puse mis manos por detrás de mi espalda, a la altura de la cintura, tomando la muñeca izquierda con mi mano derecha, mirando desde el ventanal de mi oficina hacia abajo, al mundo que seguía. Me sonreí a mi mismo, emití un soplido de mis cabidades nasales mientras asentía con la cabeza. Me dí cuenta que cuando estas bien, el entorno lo nota, se modifica.


Imagen de acá

No hay comentarios:

Publicar un comentario