domingo, 24 de junio de 2012

Festejo

Mi apellido empieza con v, con v corta. Es la misma prueba a la paciencia, la necesidad de temple a la hora de la espera. Es decir, mi apellido llevaba en esta oportunidad, una vez más, a la sentencia de ser último. Todos mis compañeros ya habían pasado a exponer, a todos les había ido fenomenal, habiendo podido exponer sus ideas correctamente, defendiendo sus teorías a sangre y dientes. Pero el conjunto de tres expertos en la materia que hacían de jurado, de jueces en esta ocasión, no emitían sonido alguno, se aprestaban solo para oír, repreguntar, pinchar donde ellos pensaban que uno podía trastabillar.
Fue así que, antes de comenzar por orden alfabético la exposición, estas personas nos avisaron que no iban a dar su veredicto, su parecer, hasta que todos termináramos; y, además, que nadie se iba a poder retirar del auditorio hasta finalizar con el procedimiento, con todos.
En sí, entre nosotros nos conocíamos, algunos más, algunos menos, pero nos conocíamos. Habíamos arrancado a cursar todos juntos, coincidíamos en materias, en algún taller quizás, tal vez en la fotocopiadora o comprando cigarrillos en el quiosco. Por otro lado, sabíamos, como compartiendo un inconsciente colectivo, que estaban nuestros familiares y amigos afuera, esperando, con diferentes elementos destinados a nuestros cuerpos, a producir en nosotros algún distintivo, algo que diga que nos había ido bien, que nos habíamos recibido.
Es así que llegó mi turno, expuse y los profesionales nos dejaron ir. El sabernos recuperados de la ansiada libertad, nos hizo ir en conjunto, de dirigirnos a encontrarnos con los nuestros, con la desesperación, con los sentimientos encontrados-confundidos que debe sentir un prisionero de guerra cuando es liberado, cuando se da cuenta que no tiene hogar, que ya no pertenece. Así, nos abrimos paso, doce, trece jóvenes corriendo a la calle, pasando por pasillos, esquivando ascensores, rodando por escaleras. Eramos una jauría, la más feroz. Sentíamos el viento en la cara, la emoción cocinándose a baño maría en los ojos, mil sensaciones. Y, al cruzar el umbral de la puerta de la facultad, las familias formadas en un semicírculo espontáneo, nos arrojó con todo lo que tenía a mano. Harina, huevo, aceite, yerba, vinagre, adoquines, luces de bengala, polenta, leche, tubos de gas licuado.
Empero, y de manera repentina, una especie de sentimiento abrigó a todos nosotros, a los protagonistas. En estos momentos, puedo razonar que aquel efecto intangible que nos albergaba a los doce o trece que eramos, es capaz de asemejarse con esa inspiración que llenó los corazones revolucionarios franceses de la clase media traicionera; o, tal vez, comparable a la fraternidad que ronda al día del amigo en una oficina donde todos se odian. En fin, lo que pasó fue que, súbitamente, nos comenzamos a desnudar. El termino correcto sería que nos desnudaron. Familiares, amigos, personal de maestranza, profesores y transeúntes, se dedicaron a desprendernos de nuestras ropas. Tomaban camisas, zapatos, tacos, polleras, remeras, corbatas, corpiños, como trofeos, alzándolos como un logro, un recuerdo de lo que fue, que podrían mostrar como comprobante de su presencia en ese lugar, en ese momento. Nosotros, entretanto, no dejábamos de saltar, de gritar, de llorar de alegría, mientras permitíamos el deshacer de nuestra vestimenta.
Se dio el instante que las chicas del grupo empezaron a mostrar sus atributos mientras todos aplaudían, con la justa casualidad de que la fuerza armada de la ley se apersonó para hacernos entender que la exposición del cuerpo humano, cualesquiera sea el motivo que llevara a tal acto,  era imprudente, adverso a los usos y costumbres de nuestra sociedad; por lo cual, nos tenían que llevar a la seccional, teníamos que declarar, demorarnos algunas horas.
Creo que todos entendimos, o por lo menos yo, que el festejo, la materialización de la alegría, no se brinda de iguales formas en cualquier ámbito, el contexto define. Quisimos festejar como el logro de un torneo de fútbol, terminar una carrera universitaria nos parecía de la misma envergadura, de la misma importancia que consagrarse ganador de un campeonato.



Felicidades a Arsenal y a su primer campeonato en primera.

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